miércoles, 4 de diciembre de 2019

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Recogí mi asco del catre y lo arrastré al lavabo. El trozo de espejo pintó mis labios de hemorragia. Murmuró que alegrara la cara, que pagaba barato el pasaporte a la libertad de movimiento.

En las sábanas, sobre el rastro de su semen gubernamental, dejó mi documentación. De la mesilla, liberé la cara de mi hija aplastada por su cartuchera. Miré mis muñecas; violáceas argollas tatuadas durante seis silenciosos meses. Antes de ser detenida, yo ya estaba presa. Tosió. Me paralicé.

Derribaron la puerta: "¡Redada anti prostitución, no se mueva!". Me asieron del brazo. La pistola se disparó.

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