Sin duda, ha llegado el invierno. Tengo la espalda encogida y llena de contracturas. He ido a la farmacia y he agotado todos los analgésicos que existen en el mercado. Esto no parece disminuir; debe de ser crónico.
Te pediría un masaje, pero sé que apretarías demasiado y tus manos acabarían en mi cuello, dejándome sin aire con el que decirte «para».
He pensado que igual no es frío, sino miedo lo que me hace pequeñita. Y ese miedo habla de ti. Yo también lo he hecho, como verás en la denuncia que hay detrás de esta carta.
¿Sabes? Otras como yo me han ayudado a crecer, y ahora soy tan alta que ni de puntillas alcanzarás a tocarme.
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