Estoy borracha, tirada en un portal oscuro de madrugada muerta de frío. Alguna amiga, en peor estado que yo, me ha traído hasta aquí. Una fiesta desenfrenada, quemando mis frustraciones actuales de vida. Mi vestido rojo, exageradamente escotado luciendo mis prótesis.
Oigo pasos. Un hombre se detiene.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta sorprendido—. ¡Anda, sube!—, dice con gravedad.
En el ascensor, me sujeta con firmeza. Repentinamente reconozco el dormitorio, la mesilla, el reloj, mi habitación de casada… Él me desnuda despacio, me limpia la boca, el pecho y tiernamente me introduce en la cama.
¡Qué estúpida soy! Mi ex, sigue siendo un caballero, todo un hombre, un ejemplo, además de cirujano plástico maravilloso. No debí engañarle nunca.
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