jueves, 23 de noviembre de 2017

Versos dormidos

Juan tiene cinco años y ya quiere hacer poemas, en carne viva, en defensa propia, como un ladrido apaciguado en tinta glauca. Empuña el lápiz, como si fuera la última razón del amor y lo intenta en una esquina.
Primero dibuja los zapatos, donde ella dejó bien plegados sus sueños, después las manos, llenas aún de mil ternuras sin gastar, los labios rojos, hinchados de besarle y, finalmente, lo que más amaba de su madre, aquello que acariciaba siempre para dormirse: sus cabellos incendiados de ilusiones, brillantes como estrellas fugaces.
Juan no sabe que la muerte se puede equivocar, ni tiene palabras contra la violencia. Solo canta bajito, hasta que todos sus versos se quedan dormidos.

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