domingo, 26 de noviembre de 2017

Vivienda embrujada

Aunque anciana, era la única persona que escuchaba los espantosos insultos y estremecedores lamentos que procedían del piso superior del edificio. Un día me atreví y comenté a los vecinos que, quizá influida por mi anticuada mente supersticiosa, oía voces procedentes de su vivienda que podrían ser obra de algún espíritu maligno. El hombre rio pero, al momento, su rictus se endureció; por el contrario, la mujer me dedicó una triste sonrisa, un gesto que interpreté como tierna complicidad.
Desde aquel día ya no hay quejidos conmovedores ni gritos inquietantes. Solo oigo risas y voces infantiles de niños jugando; pero esas, aunque también son ruidosas, alegran mi vejez.

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