El agua le quema las manos. Pero qué más da, así por lo menos no lo
escucha. Raquel mira sus manos. Lleva demasiado tiempo aguantando el
dolor. La piel está cada vez más roja. Las mira como si no fuesen suyas,
como si no sintiese nada. Pero lo siente. Quiere sacarlas del agua,
dejar la vajilla a medio lavar. Meterlas en agua fría, aliviar el dolor.
Pero entonces tendría que escucharlo a él. Suspira, retira las manos y
regula el agua. Autolesionarse es lo último que le faltaba. Él desde el
salón sigue gritando. Ya no se acuerda ni de por qué. Hoy está cansado.
Hoy serán sólo palabras. Ojalá dejarlo fuese tan fácil como sacar las
manos del agua.
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