La
miró fijamente a los ojos. Percibió una mirada aterrada, presa del
pánico. Vio como ella, se abrazaba las piernas, moviéndose hacia
adelante y atrás, instintivamente, rítmicamente. No hablaba,
solamente dejaba correr sus lágrimas por las mejillas, fuertemente
enrojecidas por el golpe recibido.
Ella,
sentada en la acera, tapada con una manta, estaba rodeada por
desconocidos. A pesar de ser extraños, se dejaba cuidar y se sentía
protegida. Él los reconocía, ángeles.
El
miedo de su madre, aminoraba, o eso, al menos percibía.
Miró
a otro lado y vio, como su padre, iracundo, ido, se alejaba en coche
patrulla. Ya no les haría más daño.
Entonces
Raúl, a sus escasos tres años, sintió, por primera vez, confianza,
fuerza, poder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario