Le pintó los labios de rosa. La acomodó en la silla y salieron de casa.
-¡Dolores! Me alegra verla y así de guapa. Sentí lo de su esposo.
-De Dolores nada. Lola, respondió quien empujaba la silla.
-¡Vaya chica más vistosa le acompaña!- El tono era de admiración, en lugar del sarcasmo al que estaba acostumbrada - Así que está tan bien arreglada, apuntó la vecina.
-Es mi hijo…
-José…, susurró la anonadada, pues no reconocía al muchacho de su memoria en aquella mujer.
- Mari José. ¡Buen día, Anuncia!, se despidió.
Su madre la necesitaba. Ella, que se interpuso a cada golpe. Se encargaría de que luciera sonriente y de rosa. Muy Lola, pues dolores había padecido demasiados.
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