viernes, 24 de noviembre de 2017

Diferente


 La última vez  que las vi resonó un tiro de pistola que  multiplicaba   sus gritos, un espejo roto,  un rodar menudo, unas venas dañadas,  un brazo corrido de sangre, y el    sentimiento  mustio y doloroso en los ojos de mi hija.  
Me alejé de ellas por un tiempo. Hice caso al psicólogo y me encontré con el pecho ensanchado,  suspirando en el pasillo de casa.  No me ponía loco verla segura y guapa;  ahora podía mirarla cuando  sonrío ante   el tropel de llamadas al timbre de mi mano impaciente, el mirar  de alguna vecina,  los ladridos del  perro, cada vez más  inquieto, y para  encender el móvil;  alguien debía  avisar a  la niña de la  noticia ¡Maldito pasado!

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