Jamás he podido conciliar el sueño en esta casa. Ni siquiera ahora, cuando al fin la pesadilla se ha precipitado al vacío. No descanso en paz. La almohada, todavía sobre mi rostro, a duras penas amortigua el estrépito de sirenas que, desde la calle, se inmiscuye por la ventana abierta. Y los tabiques —hasta hoy testigos sin voz— amplifican el flash informativo:
No hay comentarios:
Publicar un comentario