La joven anda con las manos menudas dentro de los bolsillos de su anorak azul. Como cada sábado por la tarde, desde aquel aciago día, se dirige desde su casa hasta el parque donde fue violada. El mismo parque en el que dio su primer beso.
Sin embargo hoy no camina sola. Solo unos pasos por detrás de ella, miles de mujeres la acompañan. Son las mujeres que han sufrido la violencia machista en sus propios cuerpos y que llevan grabado el miedo en su mirada.
Pero en esta tarde gris de otoño, el calor que emana de la multitud inflama sus almas y expulsará para siempre el frío y la inmensa tristeza de sus corazones.
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