Rompió el silencio y el llanto. Temblaron las paredes, los huesos y hasta la última fibra de su ser. Sonó con fuerza alertando a los vecinos, acostumbrados a ruidos terribles en el rellano.
Había dado un golpe con el que esquivaría todos los demás, definitivo, el de la puerta de casa al cerrarse a su espalda. En la calle dejó de temblar, las marcas de su piel y debajo de ella dejaban de doler, y de golpe María volvía a sonreír.
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