lunes, 25 de noviembre de 2019

Seguro de vida

La golpeó hasta que se le cansaron los músculos de los brazos y salió de casa pegando un portazo. Ella se quedó en el suelo sobre un charco de orina. Tardó unos segundos en empezar a moverse. Lo hizo despacio. Apoyándose en una silla, se puso de pie y fue al baño. Se quitó la ropa ensangrentada, abrió el grifo de agua caliente de la bañera y puso el tapón. Sonó el teléfono. Fue a la habitación y descolgó el auricular. 

—Hola, buenas tardes —preguntó la voz de un hombre—. Le llamo de Vida mía. 

—¿Hay alguien ahí? 

—Sí —dijo ella. 

—¿Tiene algún seguro de vida contratado? 

—No —contestó ella. 

—¿Por qué no? —preguntó él. 

—Porque mañana estaré muerta.

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