Regresé a mi casa antes de la hora habitual. Al abrir la puerta de mi domicilio encontré a mi hija de siete años llorando en el salón. Apenas me vio, corrió a abrazarme. Me escamó que estuviera descalza y en ropa interior.
-¿Cariño, qué pasa?
-¡Hay un monstruo sobre mi cama!
-¡Ah! Querrás decir debajo de la cama.
-No, sobre la cama.
-Mi vida, los monstruos no existen, mamá va a entrar contigo en tu cuarto y te va a demostrar que no hay ningún monstruo.
-No, no quiero.
-Bueno, pues entro yo sola.
Sobre la cama de mi hija dormía desnudo Charly, mi novio, al que había dejado al cuidado de mi hija.
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