lunes, 25 de noviembre de 2019

Luz

En una pared de mi casa había un reloj de madera; tenía, por accidente, una incrustación dorada, que reflejaba con intensidad la luz atardecida. Dejó de hacerlo cuando me casé: lo llevaba a todas partes conmigo porque me avisaba, a golpecitos, de que se acercaban él y sus golpes, sin diminutivo. Y las cuchilladas verbales, que un mal día fueron realidad. El último golpe fue el de su cuerpo contra el suelo de la calle; lo escuché lejano, irreal, desde la ambulancia. Cuando volví a mi casa, aunque pensaba mudarme, puse el reloj por última vez en su sitio y sentí una calma infinita al ver cómo, a pesar del tiempo que había pasado a oscuras, seguía conservando su luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario