No se conoce sino lo que se ama, y yo conocía todos los tipos de amarillos que el bosque dibujaba frente a la casa de mi abuela: amarillo ámbar, amarillo Nápoles, amarillo limón… El día que fuimos a recoger sus cosas encontré una pequeña carta que jamás llegó a enviar a nadie. En ella resumía casi medio siglo de maltratos continuados, de maltratos físicos y psicológicos que la habían marcado toda su vida y de los que nunca supimos nada. Aquél día comprendí los largos silencios de mi abuela en las reuniones familiares, mirando por la ventana los árboles otoñales y el triste amarillo ámbar de las hojas arrastradas por el viento.
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