lunes, 25 de noviembre de 2019

Retales de su vida

Lola se peinaba por las mañanas, tomaba dos cafés largos y una aspirina, y comenzaba su rutina. 
Vivía en un apartamento con la misma persona desde hacía seis años. Seis años casi iguales. 
Al coger el autobús, con "Insurrección" sonando en sus oídos, se acordó de la última vez que fue a ver cantar a Manolo García. 
Por aquel entonces él todavía tocaba con "El último de la fila", y muy a su pesar descubrió que algo parecía pellizcarle el alma al sorprenderse recordando a una mujer tan distinta a la que ahora veía reflejada en la ventanilla. Una mujer libre, risueña, soñadora. Una futura enfermera con ganas de viajar, de aprender y de vivir. 
Se arrepintió de haberse frotado la cara para secar la lágrima rebelde que había escapado de la cárcel de sus ojos, pues ahora la manga del jersey blanco se había teñido del color marrón, estaba manchada de maquillaje. Y su mejilla se descubría amoratada. 
Lola trabajaba en la planta de UVI del Hospital de La Princesa, pero ese martes en lugar de tomar la ruta habitual, hinchó bien los pulmones antes de girar a la izquierda en la calle de Juan Bravo. 
Agitada, bajó las escaleras de la comisaría, denuncia en mano, mientras tecleaba el número de su hermana. 
En una mañana húmeda, huía de Madrid, lejos de su vida monstruosa. De ese hombre monstruoso.
Algo mágico habría dictaminado el estribillo: "Me siento hoy como un halcón, llamado a las filas de la insurrección".

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