lunes, 21 de noviembre de 2016

No llames, ven

Llamé a mi madre. Su tono dolido evidenciaba una reciente discusión conyugal. Me debatí entre mi deber de interesarme por ella y el dolor que me provocaba escucharla hablar de mi padre en aquellos términos, aunque para entonces yo le quería tan sólo por costumbre.
Comentamos acerca del nuevo párroco y del tiempo, mientras nuestras mentes iban por otros derroteros. 
La llamé más tarde, preguntando por una receta suya, y también después, fingiendo que me había equivocado, para comprobar así, con alivio, que seguía viva. 
De noche no conseguía dormir. Él probablemente habría bebido de más. Ella estaría sola y triste pasando el tiempo frente al televisor. O no. La escena podía ser otra. 
Llamé de nuevo, pero nadie contestó. 

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