Lo identifiqué entre la multitud antes de que comenzara la prueba. Cuando anunciaron el inicio de la carrera, y todos nos agolpamos en la salida, noté su aliento especialmente cerca, pero no me giré a comprobarlo. Mi cuerpo estaba concentrado y tenso. Salimos en tropel. Los participantes ya habían tomado su espacio, pero él me pisaba los talones; no era la primera vez. Por megafonía anunciaron que la carrera estaba a punto de finalizar. Varios policías, camuflados entre los corredores, lo rodearon y lo acercaron discretamente a un coche policial, mientras le leían sus derechos. Respiré aliviada y entristecida a la vez, al darme cuenta de que el miedo había sido el artífice de mi proeza.
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