lunes, 21 de noviembre de 2016

Atrapada

Caía la noche. Un click en la puerta, suave, silencioso, igual que el de un depredador que acecha a su presa. Mario regresaba, vestido de etiqueta, con esa imagen impecable que cautivaba a todo el mundo. Los moratones de la noche anterior continuaban en mi cuerpo, si cabe más visibles. Sentí una necesidad imperiosa de escapar, de evitar el pánico que producía en mí su presencia. Cogí el teléfono y me encerré en el baño. Unos pasos se aproximaban a la puerta. Por un instante sólo oí un jadeo. Cerré los ojos. Sabía que continuaba allí, percibía su perfume en la distancia. Al día siguiente, inmóvil, amanecí acurrucada en un rincón. El peligro había desaparecido, no la sensación de repugnancia.       

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