jueves, 24 de noviembre de 2016

Sin piedad

Entré en casa mareada por la cerveza, forcejeando para cerrar la puerta, aunque el miedo me llevó a enfilar escaleras arriba al ver que Manu, también bebido, había metido la pierna. A solo tres escalones perdí el equilibrio. Me levantó agarrándome por el brazo, clavándome las uñas, cuando retorcida de dolor oí a mis hijos gritar y conseguí zafarme, escondiéndome en el baño.

Era cuestión de segundos… una patada acabó con la cerradura.

Desde el suelo, mi cuello entre sus manos, mis ojos en los suyos rogando piedad, sin aliento, dejé de luchar y me abandoné.

Como un puñetazo, el aire inundó mis pulmones. Abrí los ojos… un guardia civil le empujaba sin piedad, hasta detenerlo. Había salvado mi vida.

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