Le conocí una noche de fiesta, mientras Amaral interpretaba “Cómo Hablar”. Bailamos, reímos, bebimos, hicimos el amor hasta que salió el sol.
Con el tiempo cambió cariños por juergas, acostumbrándome a sus ausencias a la misma velocidad con la que él se hacía adicto a todo aquello que probaba.
Volvió una mañana cuando yo ya salía. Mi mirada de asco le transformó en un animal sin sentido.
Presenté la correspondiente denuncia y me fui; no me molesté en despedirme.
Ahora, muy lejos, mientras hundo mis pies en la arena nacarada, me viene Chambao a la cabeza, y canto aquella estrofa: “Volveré a sonreír en la mañana…”
Pues eso. Poquito a poco.
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