Era el señor feudal, propietario de haciendas, animales, y seres humanos.
Derecho de pernada lo llamaban.
Años han pasado. Una herida mal curada se llevó a su hombre.
Se rehízo dando alojamiento y comida a cansados viajeros.
Su cocina se hizo famosa.
El Señor seguía apareciendo. La forzaba de cualquier manera.
Últimamente cabalgaba solo a la posada. Nadie lo veía.
El vino que exigió esa tarde era más fuerte de lo normal.
Después del violento acto no se despertó. Ni nunca. Desaparecido. Un misterio.
En la enorme olla trozos de carne hervían despidiendo un delicioso aroma.
Sonriendo, probó un cazo.
Necesitaba más sal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario