Velaba una orden de alejamiento familiar. Recién bajado del coche, Rasheed, tenso y acelerado, puso en escena su tramoya. Al fondo del galerón, su memoria dejaba atrás los estridentes ecos que reproducían entre sollozos el dolor de una temerosa víctima. Secretos entre cortinas, angustias apacentadas en las tripas, veneno que quema en la piel de la víctima protectora de sus hijos. Presto a adentrarse, cruzó la calle, atravesó la cancela y al acercarse al patio, sus ojos reflectaron un papel sujetado por el cenicero: " con esta breve nota dejo abandonado el callejón desolado. Lo nuestro se acabó. Ellos vendrán a mi lado. A tu amigo le vi pasar, mientras salía. Supe que lo volverías a intentar". Las luces estaban encendidas.
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