Pablito tira al patio de luces su camión de bomberos y espera sentado en la cama. A pesar del estruendo, nadie se queja. El timbre no suena. Silencio.
Pablo tiene otra pelea cerca del instituto, a mediodía. Un escaparate roto. De comisaría, a casa. Y allí, acorralado en el pasillo, más golpes. Como siempre: sin mediar palabra.
Pablo se mosquea una tarde con su novia, por ese vecino que se va a llevar dos… -y tú, cállate, que pareces una...
Cuando llega de noche a casa, los niños corren a encerrarse en el cuarto. Como les ha dicho su madre, se tapan los oídos. Menos Pablito, el mayor, que oye desesperado cómo con cada golpe se cierra otra persiana
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