Despertó. Abrió lentamente los ojos. Respiró hondo y le invadió una tranquilidad que hacía mucho tiempo que no sentía. No había gritos, ni miedo, ni dolor, ni rabia. Sólo silencio y sosiego. Un inmenso cielo azul. Y olor a flores. Margaritas, rosas, azucenas. Como cuando era pequeña, y acompañaba a su madre a regar las plantas del jardín.
De repente un sollozo. Otro. Era su hija llorando. Ahogándose en lágrimas. Quiso correr a abrazarla. A decirle, como siempre, que mientras estuvieran juntas nada malo les pasaría. Pero no podía moverse.
Vio una lápida. Y otra. Y otra. Muchas lápidas. Y entonces supo que aquel malnacido al que un día había querido, la había matado en la última paliza.
De repente un sollozo. Otro. Era su hija llorando. Ahogándose en lágrimas. Quiso correr a abrazarla. A decirle, como siempre, que mientras estuvieran juntas nada malo les pasaría. Pero no podía moverse.
Vio una lápida. Y otra. Y otra. Muchas lápidas. Y entonces supo que aquel malnacido al que un día había querido, la había matado en la última paliza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario