martes, 24 de noviembre de 2015

Puedes elegir


Ella no distinguió el color amarillo de sus ojos, ni la sombra de plomo que trazaban sus pasos. Lo confundió con un príncipe y empezó a ver su cara en todos los espejos.

Él fue aumentando la ira en su boca y en sus manos, la fue aislando de todo hasta que sólo le quedó su amor por la lectura.

Cuando María vio sus libros ardiendo en el fuego sintió mucha más impotencia aún que las mañanas en que se contempló los ojos amoratados delante del espejo.

De pronto observó cómo empezaban a escaparse las palabras de aquellos libros que morían sin remedio. Empezó a unirlas hasta conseguir leerlas:

“Huye, escápate, no le perteneces, puedes elegir”.

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