Durante meses, noche tras noche, antes del canto del grillo, lo llevaba a la cama, enjugaba sus lágrimas y lo arropaba con celo. Mientras le vencía el sueño, le susurraba historias fantásticas que el niño no comprendía. Otras veces, encendía la lámpara de la mesilla y con sus manos dibujaba sombras. Un águila, un gato, un perro, una paloma… El pequeño Dani se quedaba embobado ante semejante escenificación. "Cuando seas grande, tú también sabrás hacerlas", le auguraba ocultando unos ojos atormentados. Un día, ella faltó a la cita y en su lugar acudió la abuela. Él le pidió una sombra, a lo que la buena mujer accedió. "¿Qué es, cariño?", le preguntó. "Papá hace pupa a mami".
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