Camina torpemente. Busca ávidamente con los ojos a su mujer, aún no ha llegado. Elije un velador de dos plazas, espera. Se excita con la caña de cerveza recién echada. Su esposa llega, se mueve con prisa y desenvoltura entre el intrincado de sillas y mesas. Lo ha descubierto al fondo del local, se sienta a su lado. Lo alborota con el repique histérico de su media sonrisa. Con mirada escrutadora el hombre le pregunta: -Cuánto te duele llevar vacíos los bolsillos.-
Ignora el comentario. Él, sujetándola fuertemente del brazo, le explica que es su dueño, y vela por ella. –Eres inútil para todo, continuaras así hasta que mueras-.
-Quiero serlo sin ti, adiós.- Contesta ella desde la puerta.
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