Llegó el día en que recogí todos los papeles que estaban en mi casa: cartas del juzgado, pañuelos manchados, imágenes suyas, prospectos míos, notas comunes, tiques ajenos... Los amontoné porque todos formaban parte de mi tristeza. Ya no bastaba con cerrar los ojos y confiar, sino que era urgente actuar y desligarme definitivamente del pasado. Así, expulsé de mi hogar todo recuerdo inmortalizado y formé una enorme montaña de bultos arrugados, símbolo de ruptura con la crueldad.
Supe que estaba abriendo un nuevo ciclo y que había dado el paso fundamental por primera vez porque miraba por mi propio y merecido bienestar. Jamás decidirá nadie por mí. Adiós papel, hola libertad.
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