Carmen no estaba acostumbrada a que fuera un hombre quien contestara a su
saludo en la línea del 016. Llevaba trabajando allí dos meses, y era sólo la segunda vez que le pasaba. La primera, al poco de empezar, había sido la de un padre que quería denunciar a su yerno; su hija no se atrevía, y aquella llamada había sido, —lo supo después—, el principio de una nueva vida para la chica, que se aferró con desesperación a Luisa, la trabajadora social y compañera de trabajo que se hizo cargo del caso.
—Dígame,... —al responder, sin darse cuenta había cambiado el tono de voz habitualmente cercano y solidario por otro, más duro y seco—
—Necesito ayuda. Por favor...
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