Echa un ovillo en la cocina, Aurora busca lágrimas con que desahogar el sufrimiento, pero no consigue licuar su horror. Él ha salido, siempre ocurre así: descarga su brutalidad y después empapa sus odiosos argumentos en alcohol.
El silencio de la casa se llena de presagios, del rumor de decisiones continuamente postergadas.
Con dificultad, sintiendo el dolor del cuerpo apaleado, aurora se levanta. Apoyada en la encimera, la cabeza vencida, la sangre manchando su ropa, entreabre los ojos de párpados hinchados. Ante ella el ventanal, la luz de mayo, el parque infantil donde los niños juegan.
De pronto, Una chiquilla la saluda, sonriéndole.
Recuperando sus lágrimas, Aurora se siente fortalecida y, por fin, esperanzada, coge el teléfono… y marca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario