Cuando se ausentaba de casa, ella soltaba todo el aire de sus pulmones. Se calzaba esos zapatos de tacón que escondía bajo la cama, se pintaba los labios de rojo y bailaba, respiraba, se fotografiaba, reía; soñaba con que volvía a ser joven, con que salía a la calle con total libertad y se ponía la ropa que le daba la gana. Aprovechaba hasta el último minuto de su penosa y corta libertad, antes de que el ruido de la puerta la hiciera contener la respiración y borrara el rojo de sus labios de un plumazo.
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