Él intentó golpearla. Ella estaba indefensa, tirada en el suelo. Levantó el puño y al bajarlo éste amagó y se golpeó a sí mismo en la boca. La sangre empezó a manar. Enfurecido volvió a elevar el brazo. Esta vez el golpe sería feroz. Sucedió otra vez. La mano abierta le dio de lleno en toda la nariz. El dolor fue insoportable. Desconcertado, intentó patearla pero su pie fue a dar contra la pared. Un crujido. El de sus dedos rotos. Fuera de sí, él, cogió el pesado pisapapeles que tanto odiaba porque se lo regaló la madre de ella. Fue a estampárselo a su mujer pero algo sucedió y se abrió la cabeza. Cayó muerto al suelo. Él.
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