Refugiada en la cocina de la casa familiar esperaba cada día que el milagro se produjera; que regresara aquel príncipe azul de palabras dulces que un día lejano le arrebató el corazón. En su lugar, poco a poco, apareció el cavernícola que creía haberla comprado como una posesión más. Ella nunca fue lo suficiente sumisa, y él tampoco se resignó a perder sus trasnochados privilegios; ahí empezó la guerra que ella soñaba ganar con milagros.
«¿De quién me enamoré?», se preguntó desolada un día tras años de cicatrices en alma y cuerpo: "de un sueño", le susurró el viento.
Pero hoy, por fin, la Cenicienta despertó, se despidió de sus fantasías románticas y entonces… ella fue el milagro.
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