En la oscuridad de cierta noche
en el epicentro del albor,
estábamos tu y yo.
Tu bella mirada estrellada
contenía aquellos soles perturbados
que aun bailaban.
Al son y junto con las estelas
que hace mucho ya fueron aunadas.
Reflejaba esa mirada tuya en el espejo
semejante a la hierva helada.
Alumbraba todo tus labios sonrientes,
circunspectos trapecistas de galaxias ausentes
en los mapas que han sido conocidos.
Así en dimensiones paralelas
que explotan al juntar los vórtices
de nuestras lenguas,
seguimos siendo
los mismos esclavos
del tiempo y el espacio.
Yo sólo pude ser el reloj
que marca y toca tu cuerpo
en el infinito,
con verdadero amor.
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