Y entonces llegué al jardín, ahí estaba, con su hermoso tallo por el cual recorrían algunas espinas afiladas pero inofensivas siempre y cuando no las tocara.
Y no estaba sola, a su alrededor había un montón como ella, iguales pero diferentes en matices.
Y se me ocurrió que la quería para mí, que quería decorar mi casa unos días con su belleza, vanagloriarme de la envidia de los demás al contemplar el maravilloso ejemplar que había conseguido.
Y agarré las tijeras de podar.
Y me acerqué.
Y cuando me dispuse a abrir las hojas de esas frías tijeras me paré.
Y podé mi egoísmo.
Y pensé que amaba esa rosa y quería admirarla por mucho tiempo.
En libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario