A cada vuelta del tambor de la lavadora, enjuga una lágrima. Está sentada en la cocina, las manos heladas, la mirada perdida en la maraña giratoria de camisetas y pantalones. Sus dedos conservan el frío del hielo que, envuelto en un paño, ha mantenido hasta hace un momento sujeto contra la cabeza. Sabe que el ojo habrá empezado a amoratarse. Como también sabe que él regresará pronto. Que abrirá la puerta con tanta suavidad como violencia empleara para cerrarla. Traerá flores o chocolates. Y las palabras "última vez" envueltas para regalo.
La lavadora se detiene. Ella detiene su llanto. El sonido suave en la entrada, confirma sus predicciones. Pero esta vez, ella cambiará el conocido final.
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