La misma escena de ensueño me torturaba hasta límites infranqueables: veía aquella tela color marfil barrer las flores que encontraba a su paso; veía en mi anular lucir una preciosa sortija que para mí simbolizaba la entrada al paraíso.
Y entonces, desperté.
Yacía en el suelo. Mis pies inertes y desnudos se encontraron con una de las manchas rojas que había a mi alrededor mientras hacía un esfuerzo casi sobrehumano por incorporarme. El dolor en mis costillas se agudizaba con cada inspiración y mi boca estaba empapada de un sabor metálico que me producía arcadas.
Desde aquella primera y «última» vez, cada ultraje se encarga de recordármelo: existe el infierno en la Tierra, y tú me arrastraste hasta aquí.
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