Dices que cuando gritas sólo estás subrayando un punto de vista. Que las palabras a veces suenan más graves porque no escucho. Que hay que considerar todos los puntos de vista y yo siempre atajo.
Dices que no te dejo acabar, que así no hay manera de poder explicar ni razonar por qué un apretón en el hombro no debería ponerme nerviosa.
Dices que lo dices es sólo un cúmulo de malentendidos, que debería saber leer entre líneas. Y un día lo conseguiste. ¡Bravo! Pues aprendí a desenvolverme entre tus grises y degradados. Habla de nuevo, te escucho.
—¿Significa que ya estamos en paz?—exclamas aliviado.
Significa que tú y tus matices os vais, para siempre, de vuestra maldita mano.
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