Desde que le conocí me enamoré ciegamente de él. Se llamaba Miguel. Yo le adoraba, le veneraba, le guisaba, le planchaba. Le respetaba.
Cuando murió, me liberé y, por fin, fui feliz. Pero, notaba en casa algunos sonidos raros y objetos que se desplazaban solos. Un día, ya en la cama, vi que algo extraño se movía cubierto con una sábana blanca. Entonces caí en la cuenta: Miguel, no se quería ir, se había convertido en fantasma. No. Otra vez, no. Le aticé un escobazo. Al día siguiente tiré la sábana y las cadenas al contenedor. Se lo merecía, él nunca me adoró, ni veneró, ni guisó, ni planchó, ni respetó. Solo me maltrató.
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