miércoles, 4 de diciembre de 2019

Juicio

Joaquín no se atrevía a levantar la vista, cobarde. De reojo observó cómo al aparecer otras almas acudían parientes y amigos, alegres, a recibirlas. Se irguió, entonces. Vislumbró a su pobre madre, lejana, recriminándole con la mirada, a sus hermanas apuntándole con un dedo acusador; le dieron la espalda. Buscó a su padre y apenas le llegó un eco desde el fondo del precipicio que confesaba su propia esencia y la enseñanza que había recibido: “maltratador”. Pensó en su hijo adolescente y quiso volver, para avisarle del peligro que corría, pero el único impulso bueno que le quedaba no fue suficiente. Cada dolor infligido en su hogar se hizo plomo para arrastrarlo al infierno susurrando “para siempre”.

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