No íbamos a dejar que se repitiera.
Al primer grito por el patio, bajé corriendo. Aporreé la puerta.
–¡Manuel, no!
Llegó Braulio, el del segundo. María, con el niño en brazos. Doña Paz, con lo que le cuesta subir escaleras. Fátima e Ibrahim. Luis Carlos y los otros chicos estudiantes. Uno llamaba por teléfono.
Cada uno de los doce golpeábamos la puerta.
–¡Manuel, no!
Pudimos escuchar cómo se aproximaba el ulular de la sirena.
Se abrió la puerta. Manuel lloraba.
–¿Y Esther? –preguntamos alarmados.
Apareció Esther. Lloraba también. Quisimos coger a Manuel, pero se opuso. Los policías subían corriendo. Llegaron a tiempo para escuchar a Esther.
–¡No, amigos, no! Esta vez es algo muy bueno. ¡Nos ha tocado la lotería!
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