Djam iba a ser historiadora, decía Djam. Djam iba a la vieja escuela del barrio, y creció acariciando las fotos egipcias en los patios. Y cuando Djam llegaba a casa, le pedía cada día a su abuela Julia que le contase cómo ella y el abuelo se conocieron. Si hacía malo, Djam visitaba los museos, y si el sol salía, Djam se iba a verlo ponerse después sobre el horizonte desteñido del mar preguntándose, en un lugar y en otro, cuántas miradas antes precedieron a la suya. Después Djam conoció a Juan en un callejón ciego, una noche que volvía del mar sola. Y Djam se olvidó de la historia, y no se interesó más por los que la pueblan.
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