Le costaba respirar, sentía que se ahogaba, como si tuviera una rana en la garganta.
- ¡Deja de moverte de una puñetera vez!
- Lo siento, tengo sed -se excusó y descalza fue a la cocina.
Quizá por el sonido del agua, ella también se abrió como un grifo, llorando en silencio cicatrices nuevas y antiguas. Arrastrada por las lágrimas la rana por fin se fue y secándose la cara volvió a la habitación.
- ¿Qué te pasa? -preguntó -¿ya has estado lloriqueando otra vez?
- No. Estoy bien.
- ¿¡Y esta mierda!? -gritó aplastando con fuerza una lágrima olvidada en la mejilla.
- Es sólo una gota de agua -suplicó y sintió como la rana volvía.
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