Una noche más el tintineo de las llaves preludiaba la alarma de su aliento. La volvería a hacer culpable de su infortunio que solía paliar apoyado en la barra del bar mientras las monedas escapaban hacia las luces reclamantes de esperanzas baldías. Una noche más pediría al destino que los moratones venideros no fuesen demasiado alarmantes a vistas de sus vástagos a la mañana siguiente. Una vez más, aquella que se soñó querida, soportaría las culpas que no le eran propias a la espera de un futuro de cambio que no llegaba. Por una vez, el destino se puso de su parte. Cayó fulminado sobre el felpudo de la entrada y ella calló la alegría. Empezaba una nueva vida.
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