Vivo en la resistencia al bullicio. No corro, no huyo de los rincones. Estoy en soledad con la mesilla, el tocador, la repisa del baño y el mueble que recibe mis golpes. Vivo en la resistencia al grito. No hablo, no contesto a la humillación. Y el tiempo se detiene, como descansa un látigo tras zurrarme. Veo la soga deshilarse, y es ahí cuando acuerdo en mi interior la respuesta más solidaria a tus hachazos: he pactado echar pólvora en mis heridas, las cicatrices no volverán a palpitar y me he disculpado con mi alma. Al fin corro veloz entre la gente, ya no hay silencio, y también alzo mi voz contra todos los castigos.
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