miércoles, 5 de noviembre de 2014

Vuelta a la vida

Los moratones apenas eran ya un borrón tenue sobre su piel, sus comisuras habían reaprendido a levantarse y su voz había dejado de ser ese hilo tembloroso que se escondía ante la presencia de su carcelero. Hacía tan poco que el filo de aquellas caricias traicioneras había estado atravesando su alma como costumbre, que se le hacía extraño oír su propia carcajada bailando en el aire. Pero había renacido, y con ella sus hijos, que por primera vez veían a  su madre feliz; que, por primera vez, podían reconocer un sentimiento, un significado, a la palabra felicidad. Las cosas que más apreciaba ahora que era libre eran: el poder ir a comprar sin maquillaje, el dejarse en casa las gafas de sol en los días de lluvia y que la banda sonora de la infancia de sus hijos hubiera dejado de ser el sonido de unas manos cruzando un rostro que aguanta el llanto como un silenciador aguanta el sonido de un balazo. Se sentía agradecida de que la justicia, de una vez por todas, hubiera hecho honor a su nombre, y se hubiera llevado lejos al dueño de ese particular infierno que había sido su hogar. Por fin podía decir que era libre, que sus hijos eran libres.

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