Dani no comprendía. Cada vez que su padre decía esa frase, su madre ahogaba en sollozos el llanto. A él le encantaban los huevos fritos que ella les preparaba. Ella se apuntó a un curso de cocina en la asociación de amas de casa. Su padre estalló: ¡qué se había creído la señora, todo el día de pingoneo! Con el tiempo Dani aprendió a convivir entre discusiones, llantos y reproches. Terminó aborreciendo su plato favorito y también a su padre.
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