Ayer abrí la puerta de modo distinto y sosegado. Miré hacia dentro desde el quicio: solo vi tus caricias siguiendo a mi sangre cada vez con mayor frecuencia, y escuché tu voz alternando el requiebro y la amenaza, como dos caras opuestas del amor adulterado. Fuera, solo un largo pasillo largo y vacío y una empinada escalera. No sufrirán otra vez mis hijos viendo mi cuerpo lacerado y tampoco lloraré sujetando sus huesos, impulsivamente rotos por tu agresiva fuerza. Hoy tomaré ese camino, porque el incierto final de nuestro pasillo es, con certeza, mejor que la esclavitud y el miedo, y la vida que decidí quitarme, desesperada, se tornará aventura nueva, lejos de tu posesión, de mi obediencia ciega.
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